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Mostrando entradas de 2020

Otras sexualidades posibles.

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  ¿De cuántas formas puede ser la sexualidad en una pareja? ¿De cuántos colores?  A veces es  la razón de estar juntos, o  una parte entre otras, o  algo que se anhela, o incluso una ausencia. Vínculos en donde la sexualidad es lo central y parece no haber nada más que esa intensidad. Vínculos en donde hay complicidad, risa, solidaridad, cariño, pero la sexualidad dejó de ser (o nunca fue) importante. A cada vínculo le corresponde elegir el lugar que la sexualidad tendrá en su relación. También es cierto que ese lugar cambia con el tiempo, con los diferentes momentos de la vida, con el estado de la relación. La sexualidad en general y la práctica sexual en particular tienen diferentes matices y tonalidades. La pasión arrebatadora es una, pero no la única. Los medios suelen mostrarnos esa forma como si fuera la única posible y entonces, cuando no la alcanzamos sentimos que no somos suficientes. Hay tonos intensos y tonos suaves, pasión y serenidad, animalidad y espiritualidad, fuego

Los macarras de la moral.

Llegaron a mi vida con su andanada de amenazas: el pecado, la culpa, el infierno. Porque atemorizar es un modo de tener poder sobre los otros. Llegaron con sus advertencias y sus dogmas, poseedores únicos de la verdad, ellos, los elegidos, ocultos tras miradas piadosas y sonrisitas amables."¿Que no creéis en el infierno? Ya lo veréis, ya lo veréis" Amenazaba el Marquesito de Peralba, misógino siempre, ahora santo.  A ellos les debo, creo, ser sexólogo, cuestionar todo, invitar a otros a abrazar el placer y el pensamiento libre. Siguen allí, en algún rincón oscuro de mi conciencia. Sigo combatiéndolos. Para ellos, la rolita de Serrat.

Currículum

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Lo de hoy es tener un currículum extenso. Mostrar los muchos diplomas obtenidos como si fuesen títulos nobiliarios, hojas de laurel en las sienes, abolengo o pedigrí. Todo esto he estudiado, todo esto soy. Solemos además anteponer esos títulos a nuestro nombre: conde, duquesa, doctor, maestro, eminencia; como en una competencia de egos en donde gana el que lo tenga más grande (me refiero al currículum, por supuesto). A veces me parece que tantos títulos, más que mostrar a la persona, la ocultan. ¿Será que uno sabe más si junta más diplomas? Temo que no.  A mí, por el contrario, me pasa que me enorgullezco de la brevedad de mi currículum. Que no pase de dos renglones, a lo máximo tres, por favor. Atrás de esos rengloncitos, yo me asomo. Pero como la moda es la moda, modestamente he decidido mostrar ante ustedes mi currículum completo, tal y como querría que apareciese. Es espectacular, lo advierto. Asómbrense. FRANCISCO FERNÁNDEZ ROMERO. Catador de mangos de manila. Coleccionista de sem

Reescribir la historia

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  Recibimos historias, las heredamos, cierto, pero también podemos reescribirlas. Olvidamos ese poder creativo y con frecuencia somos nosotros, nosotras quienes escribimos la misma historia una y otra vez. “Tengo mala suerte con los hombres”, “Comprobé que todas las mujeres son iguales”, “Todos los hombres buscan lo mismo”, “Tarde o temprano las relaciones acaban en el mismo lugar”… frases que remiten a un callejón sin salida, a una de esas ruedas donde los ratones corren sin moverse. ¡Pero somos nosotros quienes escribimos nuestra historia! Al menos participamos en escribirla. ¿No será que repetimos la misma historia porque una y otra vez la escribimos de la misma manera? ¿No toca hacernos responsables de nuestras decisiones en lugar de solo quejarnos por sus consecuencias? Si una y otra vez busco a un príncipe azul y este no llega ¿no será que debería buscar algo diferente? ¿No será que lo que busco es una fantasía? Los príncipes azules, si existen, se relacionan con mujeres débile

Vida en abundancia.

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        Entonces ¿amar es desear? Solo podemos desear aquello que no tenemos del todo, pues al tenerlo dejamos de desearlo. Si amar es desear ¿no termina el amor cuando poseemos al fin a ese otro que deseamos? ¿No ocurrirá que una vez que lo tenemos desearemos algo más, un nuevo amor, y el primero quedará atrás? Creo que amar implica deseo. Pero ¿qué deseo? Parecería que la respuesta es obvia: al amarte te deseo, es a ti a quien deseo. Deseo tenert-te. Deseamos tener-nos. Sin embargo, ¿no estaríamos de nuevo en la lógica de la posesión, justo aquella que produce relaciones violentas? Si: tenernos, poseernos, apropiarnos. En el fondo nada habría cambiado.       Pensémoslo de otra forma: amar es desear, el amor incluye el deseo, pero quizá mi deseo va más allá de ti. No es suficiente el desear-te. Deseo más. Más que desearte, deseo para ti. ¿Qué deseo para ti? Cuando te amo, deseo tu bien, tu alegría, tu crecimiento, tu plenitud, tu placer.       Hay unos versículos del Evangelio de Jua

Un camino.

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  ¿No será que la pareja es un camino y no una meta? ¿Una entre otras formas de caminar? Camino, no meta; no el lugar al cual llegar, sino uno de los modos, uno de tantos, de hacer el camino. Y digámoslo claramente: no se trata de un camino fácil. No es un camino recto, de bajada, con señalizaciones claras y paisajes floridos. Es un camino que cambia, que tiene obstáculos, baches, sitios agrestes. También tiene belleza, por supuesto, pero creer que solo tiene belleza es una fantasía del amor romántico. Es un camino con subidas y bajadas, con retos, con muros que parecen cerrar el paso por completo (a veces toca escalar o dar largos rodeos), con tramos en donde parece que el camino desaparece por completo, con pozos de agua fresca y con lugares desérticos. Es un camino incierto, que no se puede prever, que depara algunos paisajes asombrosos y otros aburridos, ampollas en los pies y sombras protectoras. Es un camino que a veces se bifurca en varios caminos, y uno se detiene allí sin sabe

Vincularnos

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  Vincularnos con el otro, con la otra. Crear vínculos. ¿Qué significa esa palabra? Su etimología no es cómoda: vínculo viene de vinculum , cadena o atadura. A diferencia de las conexiones, que son inmediatas y suelen ser fugaces, los vínculos llevan tiempo, se construyen, requieren espacio para que surjan, necesitan cuidados. Y tienen riesgos. Quizá es por eso que cada vez estamos más conectados (hiperconectados incluso) sin que eso signifique crear vínculos verdaderos. Pero ¿de qué riesgos hablamos? Vincularnos con otros nos descentra, es decir, nos quita del centro, nos hace descubrir que el mundo no gira alrededor nuestro, que lo que nos pasa no es lo único, que incluso nuestra existencia es contingente: podríamos estar o no y en el fondo nada cambiaría. Es verdad que cada uno de nosotros mira el mundo desde sí mismo, y en ese sentido es su propio centro, pero cuando alzo los ojos de mí, cuando me encuentro con otros y otras descubro que también ellos miran desde su lugar y son

Las que escriben

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Son una marea subiendo. Son la crepitación de un fuego que avanza. Son la lucidez que duele y despierta. Son contemporáneas, diversas, cada una con un mundo a cuestas.  Las escritoras latinoamericanas  rompen, parece, con fórmulas gastadas; esas que se repitieron una y otra vez llenas de algo empalagoso. Y es que no se trata solo de escribir bonito o de emocionarnos con historias de amor una vez más. Estas tienen algo de salvajes. Aquellos temas no les van. Son una rebelión a ese modo que pretendió encasillarlas en un cajón que llevaba el título de "Literatura femenina". Sus temas no son aquellos temas sino unos más dolorosos, más brutales. Escriben de política, de violencia, de la oscuridad de los vínculos, del mal, del poder, de la soledad, de la muerte. Y escriben con lenguajes nuevos en donde la forma es tan importante como el fondo. Crean lenguajes, reinventan la palabra.  Y salen de todos lados. Ariana Harwicz ( Matate, amor ), Samantha Scweblin ( Distancia de rescate )

desacuerdo

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  Dicen ¿quiénes dicen? ¿qué fantasmas? que ellas de mí que para mí, que mías. Pero yo recuerdo entre brumas quizá pero recuerdo haber estado dentro de ella, crisálida de sangre su penumbra, haber sido nutrido por su dulzura tibia, en sus ojos ser. Luego yo tras ella con una sed antigua saciada en ella solo, tan su costilla yo su plateado sudor sus párpados yo, tan poco mío tan siempre de ella yo

De vez en cuando la vida

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"De vez en cuando la vida / toma conmigo café / y está tan bonita que/ da gusto verla/ se suelta el pelo y me invita / a salir con ella a escena", dice Serrat en una bellísima canción. Y yo, asombrado de mí, tímidamente salgo al escenario y de inmediato quedo deslumbrado por la luz del reflector que me pega en plena cara. Pequeñas motas de polvo vuelan en la luz, como constelaciones diminutas. Contengo la respiración y me dejo mirar. No es que no sepa qué decir o qué hacer. Sé, pero no así, no ante la luz. Lo mío ha sido estar en la orilla de la foto, medio oculto entre mis iguales, eterno amateur, actor secundario. No crean que es un gran teatro, no, es uno pequeño, quizá un circo de esos nómadas que van de un lado al otro, con su olor a palomitas de maíz y a mierda de elefante.  ¿Qué es lo que pasó que de pronto estoy aquí? ¿Por qué yo? le pregunto al Misterio. Mis amigos creen tener respuestas: "Hace veinte años haces esto, has tenido alumnos, escribiste un libro...&q

Dejarse sentir la herida

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  Dejarse sentir la herida . No sé cuando leí esa frase por primera vez, pero sé que me dejó una huella. Dejarse sentir la herida. Antes de intentar entenderla me gustó su sonido, su poesía. Y se quedó en mí, esperando su momento. Dejarme sentir la herida. ¿De qué? De tantas cosas, creo. Del dolor de los otros que de algún modo me alcanza, de la lenta agonía de la naturaleza, de mi propia imperfección, de mi incongruencia, de la idea casi insoportable de que un día dejaré de estar yo y dejarán de estar los que amo. La herida de la que soy consciente al darme cuenta de mi fragilidad y de la fragilidad de lo que me rodea. ¿Por qué es tan difícil esa forma de presencia? ¿Por qué la evito tan a menudo? Quizá porque habito una época que rehuye a toda forma de herida, o como dice Byung-Chul Han, una época que rehuye a toda negatividad y que se complace, cada vez más, en una estética de lo liso y lo pulido, de lo fácil, de lo que no tiene ángulos ni resquebrajaduras ni asperezas, de lo qu

dios (con mínúscula)

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“¿Quién es ese señor con moscas en las manos?” preguntaste un día mirando un crucifijo. No entendías que eran clavos lo que estaba en las manos del crucificado. Qué hermoso que fueran moscas y no clavos, pensé. ¿Cómo entiende un niño, una niña, esas escenas de tortura? ¿Cómo se guardan en sus ojos?  En la penumbra de la iglesia habitan seres con dagas en el corazón, con fuego en la cabeza, ensangrentados y con los ojos casi en blanco. ¿Cuándo me acostumbré a esas imágenes? ¿Cómo me marcaron al contemplarlas durante años? ¿De qué modo siguen en mí? ¿Por qué le llaman a eso amor? Al principio Dios fue una gigantesca abstracción que se volvía cercano en personajes concretos: la Virgen, el Ángel de la Guarda, las reliquias de mi abuela; luego, al entrar a la escuela eso cambio: Dios frunció el ceño, se volvió adusto y mandón. Llegó cargado de reglas y mandatos, premios y castigos. Como una bomba en el centro de una plaza, la idea del pecado estalló en mi corazón, lo ensució todo y echó r

La sexualidad light

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La sexualidad, sin profundidad ni misterio, sin la numinosidad que podía tener, se vuelve algo sin peso ni profundidad, se vanaliza. La sexualidad, entonces, es solo un entretenimiento, un modo de combatir el aburrimiento, una diversión semejante a sentarnos en un sillón a ver la serie de moda. La sexualidad, entonces, es una búsqueda de sensaciones fuertes, descargas de adrenalina que nos recuerden que estamos vivos. Algo parecido a subir a la montaña rusa para bajar despeinados y con el corazón cabalgando. La sexualidad entonces, es una pista de pruebas, una carrera para demostrarnos algo, siempre algo más: que somos capaces de atraer, que podemos seducir, que nuestro desempeño está a la altura, que podemos conseguir alguna de esas marcas que hoy se nos exigen. Pero ya sea entretenimiento, búsqueda de sensaciones o pista de pruebas, al final nos deja insatisfechos. ¿Eso era todo? Porque en el fondo nada nos pasó, nada fue acontecimiento. La vivencia llegó y se fue sin dejar huella o

Tiempo de zarpar

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  ¿Cómo construimos esta especie de páramo, este desierto, esta “intemperie”, como le llama Josep Maria Esquirol? ¿De qué modo participo creándola o dejándola estar, acomodándome a ella? No quiero más de esto. No quiero mirar hacia otro lado y alzar los hombros. No quiero resignarme. “Cuando alguien con voz rendida piensa que ‘así son las cosas’ –dice Carlos Skliar- toda redondez se vuelve terco cuadrado, la lluvia fina se hace torrencial, los senderos se tornan fronteras y la ternura demora demasiado en regresar”. Así que hago lo que puedo hacer, lo que sé hacer, que es poner mi palabra y tratar de conversar contigo que estás al otro lado de la página.  ¿Qué sucede con la sexualidad en este inicio del siglo XXI? ¿Cómo se transforma? ¿Hacia dónde se mueve? ¿Qué tipo de educación sexual hay que crear para atravesar por estos cambios? ¿Qué ética se vuelve urgente para que la sexualidad amplíe las posibilidades de lo humano en lugar de limitarlas? Sería absurdo suponer que tengo respu

Obediencia.

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  "Obedeced, como en manos del artista obedece un instrumento", dijo el cuervo de mi infancia. "Si la obediencia no te da paz, es que eres soberbio", dijo el cuervo y sonrió dulcemente. "No amas la obediencia, si no amas de veras el mandato, si no amas de veras lo que te han mandado", graznó agitando su negrura. Yo obedecí porque quería ser parte, porque temía la reprimenda, porque a veces, obedecer es un camino fácil y cobarde. Sé que a mis padres, tus abuelos, alguna vez los elogiaron por lo obediente que yo era.  "El que obedece no se equivoca", decían aquellos tan satisfechos de entregar su voluntad a otro, al que sabe más, al que conoce el camino, al que siempre desea tu bien, al poderoso. Yo obedecí.  Obedecer es agachar la cabeza, mover el rabo, lamer la mano del que ordena. Y entonces el que ordena te soba la cabeza, te lanza las croquetas, o cuando menos no te da de palos. A cambio de esa obediencia hubo aplausos, no voy a negarlo, puert

La terapia idealizada.

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Leo a mis colegas terapeutas y me inquieta esa idealización del hecho estético en terapia. Leo las palabras que los terapeutas usamos para describir esa experiencia y me quedo al margen, espectador asombrado de algo que me parece puro romance y fantasía.  La terapia, dicen, se convierte en un poema, en una obra de arte, el encuentro de dos almas de las que surge una misteriosa alquimia que da por resultado la Belleza. Como si uno se sentara con sus acuarelas marca Bombín y su hoja en blanco y dijera: "A continuación haré una Obra Maestra". Cómo si uno se sentara con su cuaderno Scribe y su pluma Bic y pensara: "Y ahora escribiré la Gran Novela".  Yo miro aquello como algo inalcanzable. Pienso en mis alumnos y los imagino igual que yo, preguntándose cómo se hace para crear Belleza (así, con mayúscula) cada vez que se sientan ante el enigma que es cada paciente llevando consigo su (nuestra) carga de dudas y titubeos. En el fondo hay una romantización del hecho terapéu

Intimidad

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  El otro, la otra, ante mí. Con su semejanza y con su diferencia, con ese modo brutal de no ser yo que me perturba y me descentra. Otro, otra que me convoca con toda la fuerza de su otredad. Llamada, imán, invitación y riesgo. Al mismo tiempo atracción y miedo, como ante el abismo. Pero ¿qué es eso a lo que llamamos intimidad? Una forma comú n de definirla, seguramente la has escuchado, es la siguiente: una relación de intimidad es aquella en la que dejo entrar al otro en mi mundo interior y soy invitado a entrar en el mundo interior del otro. Entras en mí y entro en ti. Nos permitimos entrar. Al leerla me parece que dice algo, pero no todo, como si la experiencia de intimidad fuera difícil de poner en palabras, como si escapara a toda descripción. Es más bien una sensación, un color, una melodía, una forma de habitar la relación. Digo intimidad y más que definiciones llegan a mí gestos, lugares, palabras, silencios. Digo intimidad y veo la sombra de mi padre proyectada en la pare

Huellas.

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  Los hijos nos continúan, dicen. Nos dan la esperanza de que al morir no nos iremos del todo. Algo de nosotros permanecerá, dicen. Los hijos son entonces una especie de garantía contra la muere, nuestra forma tramposa y sin duda fallida de sacarle la vuelta. Me niego. Digo que no. No quiero. No eres un falso boleto para comprarme eternidad. No estás aquí para continuarme ¿Continuar qué? ¿A mí? ¿Y por qué habría de continuar yo? ¿Qué hay en mí que debiera guardarse para la posteridad? Soy esto que soy solamente, tan de paso como cualquiera. Hoy estoy, supongo que estaré por un tiempo, luego dejaré de estar. ¿Debería dejar alguna huella? Dicen que los grandes hombres las dejan, pero yo no soy un gran hombre sino uno mediano, quizá pequeño. Mis huellas serán borradas por la espuma de alguna ola, quizá al principio no del todo, pero la siguiente ola las borrará por completo. Hay algo de paz en esa certeza: ser suavemente borrado como se borran muchas otras cosas. La arena queda limpia

El mundo y la vida

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Aprendo de los que saben: no es lo mismo el mundo y la vida. Por vivir en el mundo, por ajustarme a él, dejo de vivir la vida, me ausento de ella o se me escapa de entre los dedos, de entre los labios, de entre los párpados. El mundo tiene un tiempo que no es el de la vida: es el tiempo de la prisa, de siempre a punto de llegar tarde, de lo inmediato. En el mundo se oprimen teclas, se ven pantallas, se consume comida rápida, se viste a la moda si se tiene con qué pagarla. El mundo voltea la cámara hacia sí mismo y se toma selfies. Fotografía incansablemente su propio rostro, la comida de su plato, su mismidad; y luego espera impaciente ser recompensado con likes que confirmen que aún existe. Los objetos caducan pronto, envejecen y se tiran para hacer espacio a otros objetos que durarán menos. El mundo, se va llenando de los deshechos que el mundo produce y luego arrumba en las cloacas del mundo. El mundo es un tragón insaciable: de horas, de cosas, de gente. Come y escupe los restos