La sexualidad light



La sexualidad, sin profundidad ni misterio, sin la numinosidad que podía tener, se vuelve algo sin peso ni profundidad, se vanaliza.

La sexualidad, entonces, es solo un entretenimiento, un modo de combatir el aburrimiento, una diversión semejante a sentarnos en un sillón a ver la serie de moda.

La sexualidad, entonces, es una búsqueda de sensaciones fuertes, descargas de adrenalina que nos recuerden que estamos vivos. Algo parecido a subir a la montaña rusa para bajar despeinados y con el corazón cabalgando.

La sexualidad entonces, es una pista de pruebas, una carrera para demostrarnos algo, siempre algo más: que somos capaces de atraer, que podemos seducir, que nuestro desempeño está a la altura, que podemos conseguir alguna de esas marcas que hoy se nos exigen.

Pero ya sea entretenimiento, búsqueda de sensaciones o pista de pruebas, al final nos deja insatisfechos. ¿Eso era todo? Porque en el fondo nada nos pasó, nada fue acontecimiento. La vivencia llegó y se fue sin dejar huella o cicatriz, sin tocarnos en realidad, sin transformarnos.

Creo que quienes nos dedicamos a trabajar con la sexualidad hemos participado -y seguimos haciéndolo- en la fabricación de esta sexualidad light y descafeinada, apenas epidérmica. Me asomo a las conferencias, pláticas, programas de radio o internet que los sexólogos (no todos, por suerte) proponen: el punto g, el punto p, el sexo oral, el sexo anal, juguetes sexuales, técnicas masturbatorias, squirting... y me pregunto si no podemos ir más a fondo. ¿De verdad quienes nos dedicamos a la sexología no tenemos más qué decir? La sexualidad actual vive una honda crisis de insatisfacción, cada vez más, ejercemos una práctica sexual en donde usamos o somos usados. Sinceramente, no creo que esta crisis se sane con juguetes sexuales, técnicas divertidas y autoerotismo.

¿No hay temas urgentes de los que tendríamos que hablar? El cuestionamiento a las identidades, el desmoronamiento de la monogamia, la fabricación de un cuerpo hegemónico y colonial que niega todos los demás, la indignación femenina, la sexualidad vivida como ejercicio del poder, la desaparición del otro... por decir solo algunos.

La crisis, creo, tiene que ver con la ausencia de eros en nuestra sexualidad, es decir, la ausencia de un impulso poderoso y vital que nos saque de nosotros mismos, de nuestro narcisismo, de nuestra venerada autosuficiencia para ir al encuentro del otro, de la otra, de lo otro. Sin eros, la sexualidad se parece cada vez más a una tarde de porno: mucho sudor, mucho ruido y ausencia de vínculo. Y solo el vínculo, solo la otredad es capaz de ampliarnos, de cuestionarnos y de humanizarnos. 


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