dios (con mínúscula)
“¿Quién es ese señor con moscas en las manos?”
preguntaste un día mirando un crucifijo. No entendías que eran clavos lo que
estaba en las manos del crucificado. Qué hermoso que fueran moscas y no clavos,
pensé. ¿Cómo entiende un niño, una niña, esas escenas de tortura? ¿Cómo se
guardan en sus ojos? En la penumbra de
la iglesia habitan seres con dagas en el corazón, con fuego en la cabeza,
ensangrentados y con los ojos casi en blanco. ¿Cuándo me acostumbré a esas
imágenes? ¿Cómo me marcaron al contemplarlas durante años? ¿De qué modo siguen
en mí? ¿Por qué le llaman a eso amor?
Al principio Dios fue una gigantesca abstracción
que se volvía cercano en personajes concretos: la Virgen, el Ángel de la
Guarda, las reliquias de mi abuela; luego, al entrar a la escuela eso cambio:
Dios frunció el ceño, se volvió adusto y mandón. Llegó cargado de reglas y
mandatos, premios y castigos. Como una bomba en el centro de una plaza, la idea
del pecado estalló en mi corazón, lo ensució todo y echó raíces negras. Me
declaré culpable. Pecado es lo que ofende a Dios. ¿Y qué ofende a Dios? Todo o
casi todo. Lo que piensas, lo que dices, lo que haces, lo que dejas de hacer. Le
ofende mi imperfección, mi debilidad, que sea como soy, que sea humano. Un Dios frágil, chismoso y que se ofende por todo. Un
omnipresente mirón siempre atento a mis errores. ¿No tendría que estar sanando
a los enfermos, salvando a las ballenas, pintando arcoíris en lugar de espiar
mientras me acariciaba mirando anuncios de sostenes en las revistas de mi
madre? “Si ofendes a Dios –decía el Padre- te mereces el infierno”. A aquel
tipo vestido de cuervo le llamaban Padre, pero de ser padre no sabía ni puta
cosa. Si alguna vez hubiera tenido a un hijo enfermo entre sus brazos, si lo
hubiera escuchado llorar, sabría lo que es ser padre. Qué miserable el Dios que
necesita de amenazas. Métase, Padre, el infierno por donde le quepa y váyase
por donde llegó; no me venga a mí con esos cuentos.
No más. No creo en ese Dios siempre con mayúsculas
que se ofende por no visitarlo, por gozar de uno mismo, por no amarlo sobre
todas las cosas (habrase visto tal vanidad). No creo en ese Dios Tía Escrupulosa,
Dios Jarrito de Tlaquepaque, Dios Mírame y no me toques. Ese al que le parece
que el dolor es meritorio y el placer siempre sospechoso.
Me asquea el Dios del oro y de la seda, del coche
último modelo, de la ropa impecable y las pantuflitas; el que respira incienso
y recibe besos en la mano; el que acepta privilegios y duerme creyéndose
inocente.
Me rebelo contra el Dios barbado, masculino y
vengativo, el que señala con su divino dedo y exige perfección y juzga y nos pone a prueba. Escupo contra el
Dios que destruye ciudades, que mata al primogénito, que nos manda al infierno;
ese Dios sádico que se complace con el sufrimiento. ¿Qué clase de Dios es ese
que le pide a Abraham que sacrifique a su hijo para mostrarle obediencia? ¿Qué
clase de padre es Abraham que sin dudarlo toma a su hijo y levanta el cuchillo?
¿Qué mérito hay en eso? En el último momento apareció un ángel y detuvo el
filicidio. ¿Pero eso cambia algo? Si yo fuera Abraham, pienso tantas veces… Si yo fuera Abraham le diría a Dios que no,
le gritaría que no y lo mandaría a la mierda. Le diría que se dejara de pruebas
y que bajara a la tierra para mirarme a los ojos. Le diría que estoy dispuesto
a enfrentarme a Él, a luchar con Él, a matarlo a Él, antes que atentar contra
mi hijo. Ven, Dios, si eres tan valiente, le diría, y me arremangaría la túnica
y cerraría los puños.
Te invitaron a una Primera Comunión y fuiste. La
misa te pareció aburrida pero allí se celebraba algo que tú no celebrarías. Tamales,
atole y regalitos. ¿Por qué nosotros no vamos a la iglesia? ¿Creemos en Dios?
¿En qué creemos? Tus preguntas quedaron en el aire unos segundos, temblaron y
cayeron en el suelo, hojitas secas en otoño que arrastra el viento.
Me niego a decir: creemos, porque al decirlo te
impongo lo que creo. Creer o no es un camino personal, la búsqueda de una
respuesta que es siempre propia. Yo no sé si creo o no. Creo a veces, descreo
otras, dudo siempre. Si yo fuera árbol daría preguntas en lugar de frutos,
echaría dudas y no raíces. Quiero creer, pero querer no basta. No puedo creer
como otros creen, con esa fe ciega que envidio y me sorprende.
Los católicos rezan un Credo. Se trata de una
profesión de fe, decir en voz alta aquello en lo que creen para no olvidarlo,
para que lo escuchen otros. Te comparto mi credo personal y provisional, el de
este día.
Creo que si hay dios está en los otros, esos otros
que se esfuerzan cada día por hacer el bien, que inventan un mundo más justo,
que amparan el dolor de los que sufren. Creo en las manos de las mujeres y los
hombres que se ensucian para construir un mundo mejor. Creo que si hay dios es
un maestro rural en una comunidad de Chiapas
con un grupo multigrado que se levanta cada día con ganas de enseñar.
Creo que si hay dios es una abogada que defiende a mujeres violentadas. Creo
que si hay dios es un cura en la sierra que un día da la comunión y otro ayuda
a construir una letrina. Creo que si hay dios es una mujer que escucha a su
madre con alzheimer y le recuerda quién es y escucha la misma historia una y
otra vez tomándola de las manos. Creo que si hay dios es el joven que pone un
plato con comida y otro con agua a las puertas de su casa para alimentar a los
perros callejeros. Creo que si hay dios es una chica que defiende los derechos
humanos o un bosque o un río. Creo que si hay dios es la pareja que detiene su
coche para salvar a un gatito atropellado. Creo que si hay dios, es uno siempre
con minúscula y escondido en la belleza simple de las cosas, en el sabor del
mango, en el olor a hierbabuena, en la lluvia suavecita, en el vino, en los
amigos, en el fuego de la chimenea, en la música, en los libros, en el agua
fresca, en el pájaro popurrí, en el amor de los abuelos, en el bolillo
caliente, en la cabaña del Chico, en los ojos y los pechos de tu madre, en los
ojos del perro, en el morro bigotudo y el olor a polvo de Matilda. Creo que si
hay dios, es el niño migrante que nació en Belén entre los animales; pero
también cada niño y cada animal y cada árbol. Creo que si hay dios no podemos
comprenderlo, no hay quien lo traduzca, no está en ningún templo, nadie lo
tiene en exclusiva. Creo que si hay dios su otro nombre es el misterio.
En una novela de Cormarc McCarthy leí esta frase
que dice un padre mientras ve dormir a su hijo en medio de un mundo devastado:
“Si ese chico no es la palabra de Dios, entonces Dios nunca ha dicho nada”. Yo
pienso eso cuando te miro. ¿En qué creo? Creo en ti, en mi amor por ti. Creo
que si hay dios, vive en ti. Vaya dios en el que creo. Uno que llora, que ríe,
que hace dibujos, que se echa pedos, que se asombra; uno que puedo consolar.
Ya te tocará responder esa pregunta. Hoy creo que si hay dios debería
ser ese que en lugar de clavos, tiene un par de moscas en las manos.
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