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Mostrando entradas de julio, 2020

La batalla

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“¿Y si el cuerpo, en su plenitud, no es más que un anhelo de cuerpo? La sangre corre hacia el corazón solo para ser devuelta a la corriente, a llenar las rutas, los canales antes vacíos, los kilómetros que hemos de cubrir para llegar los unos a los otros”, se pregunta y dice el poeta Ocean Vuong, tan joven él, tan bello, tan delicado, tan lúcido. El cuerpo es anhelo de otro cuerpo. Creemos que el cuerpo es una realidad cerrada, algo individual y terminado. No es así. Mi cuerpo es un llamado o una respuesta, un ir hacia, una permanente incompletud que no se sacia nunca. Soy cuerpo ante lo otro, ante el otro. Me encuerpo en el dolor, en el placer, en el agua que bebo, en la caricia que doy o que recibo. Mi cuerpo ya no está completo sin el tuyo, no porque seas parte de mí sino porque yo soy parte tuya. Me encuerpas sin saberlo todo el tiempo. No logro entender que tu cuerpo surgiera de la unión de mi cuerpo y el de tu madre. Uno más uno es tres. ¿Cómo es posible? Fuiste cuerpo

Es imposible ser solo un individuo.

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Me asomo por un rato a las frases que se suben a las redes. Frases “sabias” que hablan de desarrollo, de felicidad, de crecimiento, de amor. ¡Hay tanta soledad en ellas! ¡Tanta autosuficiencia! “La vida nos obliga a parirnos a nosotros mismos”, “Nadie llegará a quererme tanto como me quiero yo”, “Llevo mi medicina dentro, soy mi propia medicina”, “Me di cuenta que no nací para cuidar a nadie”, “Soy mi propio libro, me reescribo, me subrayo…”, “El encuentro con uno mismo transforma el alma”… también recuerdo a algún paciente decir con cierto dolor que aún no ha aprendido que su felicidad depende de sí mismo y de nadie más.   Leo aquellas frases, escucho a mi paciente y siento un vacío en el pecho; siento, también, una tristeza extraña, una cierta soledad, una imposibilidad de alcanzarnos. Y es que no concibo el crecimiento, la alegría o el amor sin los otros, sin la mirada de los otros, sin su presencia, a veces inquietante y perturbadora. No. Me rebelo ante toda esa andanada de fra

Espejo.

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No sé cómo se llama. Yo le llamo Joaquín o Juaco. Tampoco sé su edad, aunque imagino que debe tener cerca de treinta. Sus ojos bizquean un poco, su boca permanece entreabierta, tiene una pierna torcida y arrastra un pie al caminar. Trabaja en el mercado de mi colonia ayudando a cargar cajas, a recoger la basura, a conseguir estacionamiento a los coches que llegan. Lo veo allí desde hace años. Hace unas semanas lo encontré recostado en un poste, comiendo algo. ¿Descansando?, le pregunté. Nomás aquí, dijo. Está duro el calor, dije, por no saber qué otra cosa decir. Mucho calor, contestó pronunciando mal. No supe qué más decir. Hubiera querido acercarme y platicar, saber de su vida, su verdadero nombre. Hubiera querido decirle que desde hace años lo miro y que para mí su presencia es un enigma. Hubiera querido mirarlo a los ojos, no sé para qué. En lugar de eso, seguí mi camino, sintiéndome estúpido e incapaz de cercanía, herido de algún modo. Después de ese día lo he visto muchas vec

Ofrenda

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Que el silencio que los dedos de la lluvia que el rumor de arroyo limpio de los días que el sabor a amanecer de las naranjas que las cosquillas que los libros y los mundos que fecundan que el poder de las semillas que la música y la danza que la luna que las despedidas que el amor, su resplandor, sus espejismos que lo simple y su escondida maravilla que el llamado poderoso del camino y que la vida que la vida que la vida...

Ejercitarse en lo pequeño.

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Tomar una cámara fotográfica (puede ser la de tu teléfono) y salir a la calle a sacar fotos. Deben ser de cosas pequeñas, fragmentos, partes. No fotografiar lo conocido, se trata de encontrar lo extraño, lo bello, lo interesante en donde aparentemente no está: un reflejo, una sombra, una mancha. Comprar una bolsa de canicas. Jugar con ellas, hacer figuras, meterlas en un frasco con agua, mirarlas contra el sol. Atesorarlas. Salir a la calle a buscar cosas pequeñas que desees coleccionar. Piedras, semillas, hojas caídas, cosas de cierto color o la combinación de muchas. Guardarlas en algún lugar secreto. Enseñarlas a alguien importante. Coleccionar palabras bellas o divertidas. No se trata de que elegirlas por su significado, sino por su sonido, su música interna. Guárdalas en un cuaderno. Cada vez que descubras una nueva, agrégala. Jugar con un niño o una niña pequeños. Jugar como ellos juegan, absortos en el juego; arremangarse y echarse al suelo, mancharse, deja