Las que escriben
Son una marea subiendo. Son la crepitación de un fuego que avanza. Son la lucidez que duele y despierta. Son contemporáneas, diversas, cada una con un mundo a cuestas.
Las escritoras latinoamericanas rompen, parece, con fórmulas gastadas; esas que se repitieron una y otra vez llenas de algo empalagoso. Y es que no se trata solo de escribir bonito o de emocionarnos con historias de amor una vez más. Estas tienen algo de salvajes. Aquellos temas no les van. Son una rebelión a ese modo que pretendió encasillarlas en un cajón que llevaba el título de "Literatura femenina". Sus temas no son aquellos temas sino unos más dolorosos, más brutales. Escriben de política, de violencia, de la oscuridad de los vínculos, del mal, del poder, de la soledad, de la muerte. Y escriben con lenguajes nuevos en donde la forma es tan importante como el fondo. Crean lenguajes, reinventan la palabra.
Y salen de todos lados. Ariana Harwicz (Matate, amor), Samantha Scweblin (Distancia de rescate), Mariana Enriquez (Las cosas que perdimos en el fuego), Selva Almada (El viento que arrasa), Gabriela Cabezón (La virgen cabeza), Mariana Gainza (El nervio óptico) en Argentina; Mónica Ojeda (Mandíbula), María Fernanda Ampuero (Pelea de gallos), Gabriela Ponce (Sanguinea), en Ecuador. Nona Fernández (Dimensión desconocida), Alejandra Costamagna (El sistema del tacto), Lina Meruane (Contra los hijos), en Chile; Gabriela Wiener (Sexografías) en Perú; Liliana Colanzi (Nuestro mundo muerto) en Bolivia; Melba Escobar (La casa de la belleza), Carolina Sanín (Somos luces abismales), Pilar Quintana (La perra), Margarita García Robayo (Lo que no aprendí) en Colombia; Valeria Luiselli (Los ingrávidos), Fernanda Melchor (Esto no es Miami), Guadalupe Nettel, (El cuerpo en que nací), Brenda Navarro (Casas vacías) en México...
Y más, y otras, y las que vienen.
Las leo y me perturban, me conmueven, me abren unos ojos en el corazón que no sabía que tenía.
Vayan, asómense a su palabra. Abreven. Lean.
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