Falso lento.



Confieso que soy un falso lento. Que una cosa es lo que los demás ven y muy otra la que ocurre de mi piel hacia dentro. No es que conozca de la lentitud, sino que la anhelo. Me descubro caminando a prisa aunque no tengo que llegar a algún lugar. Me descubro respirando a prisa aunque no hay urgencia de nada. Me descubro mirando el reloj aunque sé que tengo la tarde libre. ¿Hay otra posibilidad? ¿Puedo al menos imaginarla? ¿Cómo construí esta máscara de serenidad? ¿Para qué? Con frecuencia, mis alumnos, mis amigos me dicen que les llama la atención mi tranquilidad, mi modo pausado de moverme, mi hablar lento que elige las palabras. “Parece que nunca tienes prisa”, me dicen, “Parece que siempre estás en tu centro”. Es verdad que a veces me muevo y hablo a un ritmo lento, pero por dentro todo es distinto: aprieto las mandíbulas, tardo en dormirme, padezco de dolores de cabeza tensionales, corro hacia varios lugares distintos. No se dejen engañar por mi lentitud: es un anhelo, un deseo que se me escapa, un disfraz.

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