Ejercitarse en la lentitud.
Caminar despacio, muy despacio sobre la tierra o el
pasto. Sentir cómo mis pies se ajustan al suelo, el talón primero, luego la
planta y al final cada dedo; cómo mis rodillas se doblan para apoyar el
siguiente paso, alargar ese breve momento de desequilibrio entre un paso y el
otro. Que cada pequeño movimiento cuente y dure. Demorarme. Hacerlo de nuevo,
esta vez descalzo.
Percibir el modo como el aire entra por mi nariz y mi
tráquea y expande los pulmones, imaginar que al hacerlo me vuelvo ligero, que
la gravedad tiene menos fuerza sobre mí, volverme globo; luego irme vaciando
del aire poco a poco, mientras me vuelvo cada vez más pesado.
Tardar varios minutos en comer un durazno o beber
un vaso de agua. Sentir el modo como mis labios, mis dientes, mi mandíbula se
mueven para que sea posible el acto de comer o beber. Masticar despacio, tragar
poco a poco, percibir hasta el menor movimiento.
Colgar sobre el cuerpo, frascos, cubiertos, llaves,
trastes de metal no muy grandes. Hacerlo con cuerdas, de modo que cuelguen.
Poner alguna música lenta y cadenciosa (sugiero Eté Andalous, de Anouar Brahem). Bailar sin que los objetos choquen
unos con otros, sin hacer ruido. (Tomado de Yoko Ono).
Mirar cómo cambia la sombra de un árbol a medida
que el sol se pone, el modo como la luz se transforma. Imaginar que yo soy esa
sombra que cambia.
Sentarse en un lugar concurrido a ver la prisa de
los demás. Mientras más veloz sea todo a mi alrededor, yo me muevo más lento o
me quedo quieto.
Paladear cada palabra de un poema como si se
tratara de un sorbo de vino.
Cerrarme, acostado en el suelo adquirir la postura
más cerrada posible: ojos cerrados, boca cerrada, puños cerrados, mandíbula
apretada. Encoger las rodillas y apretarlas contra mi pecho, abrázalas con
fuerza. Inhalar poco aire. Volverme una piedra, algo hermético, sin resquicios.
Muy lentamente abrirme, atendiendo a cada parte de mí. Aún más lento. Lentísimo.
Hasta estar del modo más abierto posible. Hacerlo escuchando Spiegel im spiegel, la pieza de Arvo
Pärt.
Imitar al perro o al gato que se echa al sol y se adormece
mientras las horas le acarician el lomo. Percibir como la temperatura de mi
cuerpo cambia mientras el sol lo lame.
Hacer limpieza en casa, lavar los trastes, acomodar
cosas con unos audífonos. Hacerlo al ritmo de Tabula Rasa, de Arvo Pärt.
Acariciar la espalda de Mónica (tú puedes elegir al
tuyo o a la tuya) como si allí estuviera la respuesta a todas las preguntas y
las puntas de mis dedos pudieran descifrarla.
O mejor aún, no hacerse preguntas, no intentar algo,
olvidar la hora, desperdiciar el tiempo, no hacer nada como modo de rebelión.
Al leerte mi cuerpo ha experimentado una extraña agradable sensación a libertad... he recorrido cada palabra, cada acción... es alucinante ejercitarme así, sin moverme.
ResponderEliminarno sé quién eres...
EliminarMuchas gracias Paco el ir despacio es super importante hoy en día para poder sentirnos y salir de la anestesia.
ResponderEliminarEste estar conmigo me ha permitido experimentar esa fantasía de ser monja de reclusión para que el mundo gire sin demandar nada de mi. Al diablo con todos, vivirme libre, conmigo. Ha sido confrontador, distinto. Estoy lista para ser piedra.
ResponderEliminarMuy bello escrito, hace que pueda valorar y sentir que en las cosas y acciones mas sencillas de la vida se puede encontrar una profunda paz y amor. Gracias por compaertir Paco.
ResponderEliminarGracias Paco... hago consciencia de cuán rápido y agitado me vivo... y lo poco que disfruto al andar rápido..
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