Los niños alfa

 


Hombre pequeñito, hombre pequeñito,

Suelta a tu canario que quiere volar...

 (Alfonsina Storni)

 

Si te asomas a las redes sin duda los encontrarás, basta abrir una rendija y ya se cuelan por todas partes: tienen videos, venden libritos, dan “sabios” consejos, pontifican, señalan con dedo acusador, dan clases de moral, se creen superiores al resto y aseguran que si los sigues podrás acceder a su Olimpo de juguete.

Digo Niños, sí, con perdón de los verdaderos niños y niñas. Y es que al conocerles y al asomarse a su mundo, me es claro que si bien son misóginos, machistas y muchas veces violentos, también son sorprendentemente infantiles. Su discurso, su jerarquía, las imágenes que usan, sus “argumentos” son de una inmadurez que asusta. Niños jugando a ser grandes, a ser rudos, a ser conquistadores, a no necesitar de nadie. Me hacen recordar ciertos juguetes de mi propia infancia, los Aventureros de acción; se trataba de muñecos que representaban la masculinidad idealizada. Como su nombre lo indica, eran aventureros, uno del aire, piloteaba aviones y helicópteros, se lanzaba en paracaídas; otro de la tierra, que iba a safaris y cazaba fieras; el tercero, del mar, que buceaba y enfrentaba tiburones. Eran musculosos, de gesto duro, barbados. La alternativa masculina a la Barbie, creo. Los niños alfa se imaginan a sí mismos como un Aventurero de acción, tal y como yo lo hacía a mis 8 o 9 años, pero en este caso, Aventureros de acción que desean a Barbie y al mismo tiempo le temen y la odian si Barbie no es sumisa y obediente a sus requerimientos, si Barbie decide pensar por sí misma y los cuestiona. Veamos lo que escribe alguno de estos niños:

“Muchas de las mujeres pueden decirte cualquier otra cosa, pero esta es la realidad. Ellas buscan un hombre fuerte, decidido, con carácter, líder y dominante. Un hombre sin rodeos y directo, donde ellas puedan colocar su mente en "off" y en donde tú puedas tomar las riendas”.

Eso desean los niños alfa: una mujer que apague su mente, literalmente, lo contrario les asusta y enfurece. ¿Quiénes serían ellos, cuál su valor si no son los que toman las riendas?

Los niños alfa rugen, enseñan los dientes, hacen alarde, aseguran ser Chicos malos.  “Hombres: sean despiadados” exige alguno a sus congéneres y luego, juro que no lo invento, anhelan a sus madres, que son, cómo no, las únicas capaces de complacerlos. Sí, aunque parezca chiste, en el más burdo estilo de película de Pedro Infante, para el niño alfa la única mujer siempre intocable es su mamá. Así escribe en su página uno de estos niños alfa: “Tengo a una mujer en mi vida que sé que nunca me fallará, y es mamá”.

¿Se entiende ahora por qué les llamo niños alfa?

Voces masculinas (graves y cavernosas), poses de machitos, muy metrosexuales (a lo James Bond) o muy rudos (la parafernalia de las cicatrices resultado de la batalla, del sudor y el musculito), mirada retadora y todo el ridículo performance caricaturesco de la masculinidad más estereotipada, ofrecen a sus incautos escuchas convertirlos en “hombres de alto valor”, igualitos a ellos, que por supuesto, ya lo son.

Ser un hombre de alto valor es convertirte en un Alfa. No hay mayor logro ni más alto orgullo. Un alfa, dicen, está en la cumbre de lo masculino, es un líder, un triunfador en todo, un guerrero que nunca se rinde, un estoico que se enfrenta al esfuerzo y al sufrimiento sin la más mínima queja, uno deseado por todas las mujeres (menos las feministas, esas locas) porque jamás pero jamás pero jamás les ruega, les pide o se humilla ante ellas, uno que no se deja de nadie, uno con dinero en los bolsillos, alguien siempre ambicioso y competitivo, alguien que nunca pierde.

Sobre todo, un hombre alfa es aquel que ha escapado de la infamia de ser tan solo beta, un gama, un delta, un zeta o un simp, es decir, esos fracasados en lo que se refiere a la hombría. Ah sí, porque a estos chicos les encantan las clasificaciones y las jerarquías, las etiquetas y los nombrecitos. Porque muy pocos, dicen ellos, llegan a ser alfas, la gran mayoría de los hombres (pobres) somos subordinados de distintos niveles, de allí todas esas denominaciones que en el fondo no quieren decir nada o que, en todo caso, solo tienen sentido en la Machósfera que habitan. 

Estos “entrenadores de masculinidad” surgen como hongos, idénticos unos a otros, copiándose hasta el hartazgo, repitiendo los mismos discursos, los mismos lugares comunes, cada uno copia del anterior, y recogiendo el dinero que les pagan miles de seguidores que los endiosan y los consideran sus guías y gurúes. Hay varios, todos compitiendo por ganar adeptos y dinero. Uno o dos son muy populares, seguidos por miles, prácticamente han convertido su nombre en una marca registrada. Su discurso es de una simpleza preocupante, como si fuera dirigido a púberes que no cuestionarán nada.  Buena parte de sus enseñanzas consiste en ideas recicladas sacadas de libros de la autoayuda más ramplona y de fácil digestión de los que se venden por montones. A eso se agrega una buena porción de misoginia, y, sobre todo, la sensación de pertenecer a un grupo, de ser parte de una cofradía que se distingue de los demás, que acoge y apoya. En el fondo, se vende la ilusión de no estar solos. Es por eso que en sus páginas, en sus videos, en sus libros, en sus cursos se llaman hermanos, camaradas, carnales, compas. Así que a comprar el librito, seguir sus consejos, meterte al gimnasio y, sobre todo, no distraerse con mujeres, esa constante tentación, esas sirenas malignas que con su canto pueden desviarte del camino y acabar con tu sueño de ser de alto valor

Las mujeres en esta ficción suelen ser, en su mayoría, peligrosas, pues aunque son atractivas (las páginas de los niños alfa están repletas de fotografías de mujeres bellas, sensuales y con poca ropa) son seres superficiales, que serán infieles a las primeras de cambio, que ven al varón como un cajero automático del cual sacar dinero sin límite, que buscan a quién endilgarle a los hijos que tuvieron con otro (nada hay más humillante para el niño alfa que “mantener el semen de otros”), que juegan con los sentimientos siempre limpios de los hombres. Para los alfas y su séquito, cada vez hay menos mujeres que valgan la pena pues casi todas tienen un pasado turbio (es decir, han tenido otras parejas) o “mucho kilometraje” como reza su misógina expresión, casi todas son fiesteras o beben o usan tatuajes o bailan reggetón (no entiendo por qué los niños alfas están obsesionados con las mujeres que bailan reggetón) o, lo peor de todo, son feministas y progres. Ellos buscan mujeres sumisas, que les obedezcan y les sigan, que no hayan estado con otros hombres; incluso he encontrado páginas en que recomiendan no estar con mujeres que tengan muchos estudios, se dediquen al deporte de alto nivel o que viajen mucho.

Aseguran que un “verdadero hombre” jamás rogará ni buscará en exceso a una mujer, pues aunque mujeres “hay muchas”, hombres de valor hay poquísimos y por lo tanto son ellos el verdadero premio y trofeo para cualquier mujer.

Un hombre que busca en exceso a una mujer se convierte en un simp, algo totalmente opuesto a un alfa, tanto, que la palabreja se utiliza como insulto (Ya no sé cuántas veces me lo han endilgado pretendiendo ofenderme). Un simp (simplón, tonto) es básicamente un hombre débil y sumiso tan necesitado de atención y afecto femeninos que se acerca a ellas con exagerada amabilidad, rogándoles, sometiéndose a cualquier demanda de ellas, gastando su dinero y su tiempo para complacerlas. Un simp puede ser también, horror de horrores, un aliade, es decir, un traidor a la causa masculina que apoya al feminismo. Los niños alfas aseguran que los aliades del feminismo lo son solo para poder tener sexo con ellas. “Un aliade feministo es alguien que se autocastra para que una feminista le haga caso”, escribe alguno. La proyección de su deseo es más que evidente.

Las contradicciones constantes en su discurso son evidentes. Por un lado, como hemos dicho, desprecian a las mujeres, las consideran en su gran mayoría tramposas, no fiables, infieles, interesadas, y un largo etcétera. Al mismo tiempo, ese que dice que no existen mujeres valiosas vende un librito de su autoría con los secretos para conquistarlas.

Por supuesto, la exigencia de pureza es para las mujeres, los hombres, por el contrario necesitan experiencia y conocer a muchas mujeres para poder distinguir a las que valen la pena y no “enamorarse de la primera” que llega. Una doble moral descarada y de nuevo, totalmente infantil:

Una y otra vez se encuentran discursos que niegan el derecho a la mujer a desear y elegir según su deseo, desde su punto de vista, una mujer debería aceptar estar con ellos porque la han buscado (¡Son el premio!), independientemente de lo que sienta o elija ella. Simplemente no aceptan que ella pueda negarse:

 

Hay una emoción que vincula a estas personas: el enojo por perder esos privilegios, esto es lo más evidente, pero imagino que también, quizá ocultos, hay miedo, confusión, desamparo. Si los varones hemos construido nuestra identidad a partir de tales privilegios, ¿quiénes somos ahora si de pronto ya no están o se cuestionan? ¿Quiénes somos si no somos el hombre que se nos dijo que debemos ser? Cuando el ideal de lo que somos se resquebraja ¿qué queda? Por eso hablo no solo de rabia sino también de confusión y desamparo. El personaje masculino que solíamos representar tenía una contraparte: el personaje femenino que lo complementaba, pero hoy ese personaje femenino descubre que el papel que le tocaba es injusto y cada vez más se niega a representarlo e inventa nuevas formas. Nos hemos quedado sin contraparte, sin referentes, sin certezas. ¿Cómo no sentir miedo? ¿Cómo no sentirnos perdidos? Podríamos cambiar, pero eso supone renunciar a nuestros privilegios y reinventarnos, cosa nada fácil.

Asomarse estos espacios es toparse con hombres incómodos y llenos de confusión ante el mundo que está naciendo. No saben qué hacer en él y entonces tratan de volver al anterior. Siguen teniendo poder, por supuesto, pero descubren que ya no son amados ni admirados ni temidos ni deseados ni necesitados, por el contrario, empiezan a ser un lastre.

Atrás de estos hombres misóginos y violentos hay muchísima fragilidad y preocupantes sentimientos de inferioridad que intentan ocultar disminuyendo a las mujeres, en primero lugar, y a cualquier forma de otredad que les amenaza.

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