Ejercitarse en lo pequeño.
Tomar una cámara fotográfica (puede ser
la de tu teléfono) y salir a la calle a sacar fotos. Deben ser de cosas
pequeñas, fragmentos, partes. No fotografiar lo conocido, se trata de encontrar
lo extraño, lo bello, lo interesante en donde aparentemente no está: un
reflejo, una sombra, una mancha.
Comprar una bolsa de canicas. Jugar con
ellas, hacer figuras, meterlas en un frasco con agua, mirarlas contra el sol.
Atesorarlas.
Salir a la calle a buscar cosas
pequeñas que desees coleccionar. Piedras, semillas, hojas caídas, cosas de
cierto color o la combinación de muchas. Guardarlas en algún lugar secreto.
Enseñarlas a alguien importante.
Coleccionar palabras bellas o
divertidas. No se trata de que elegirlas por su significado, sino por su
sonido, su música interna. Guárdalas en un cuaderno. Cada vez que descubras una
nueva, agrégala.
Jugar con un niño o una niña pequeños.
Jugar como ellos juegan, absortos en el juego; arremangarse y echarse al suelo,
mancharse, dejar de lado la adultez y jugar con ellos como si en ese juego nos
fuera la vida.
Dibujar caracolitos en un cuaderno. En
orden o en desorden, pequeños siempre. Hacerlo con cuidado, laboriosamente,
hasta llenar la página. Luego empezar con otra página. Y otra más.
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