Kambó.


Purificarse, dicen. Limpiar del cuerpo y del espíritu lo acumulado, lo que no me pertenece y se quedó allí, ensuciándome.

Entonces, el veneno de una rana entrando a mi cuerpo, para que mi cuerpo, al defenderse, expulse lo que ya no sirve. Una, dos, tres... seis pequeñas quemaduras en mi hombro izquierdo. En cada una, un poco de veneno. Poquísimo. Pero es poderoso. No hay que esperar más que unos minutos para que viaje por todo el cuerpo a través de la sangre. 

Fuego desde el centro de mi cuerpo, desde las tripas. Inicio de erupción. El corazón cabalga. Me encojo, me meto en mí, me doblo ante el poder del veneno. Soy un cuerpo adolorido y sufriente, el sudor me empapa, corre por mi cara y mi cuello, la vista se nubla, los miembros se entumen. No puedo pensar en nada que no sea este hundirme en un lodo espeso. No puedo alzar la cabeza, no puedo enderezar mi espalda, me meto en mí dolor. Nausea insoportable. Vómito que me vuelve del revés como calcetín usado. Me vacío de mí, me vuelco. Quiero llorar pero no tengo fuerzas. Soy cuerpo, como solo lo soy en el placer y en el dolor. Soy cuerpo agonizante, cuerpo que se apaga, agua de mi, fuego mío. 

Luego, poco a poco, se va como llegó. No paro de temblar, soy temblor que me agita. Vuelve la respiración y la fuerza. Levanto la cabeza, mis brazos y mis piernas, mis pie y mis manos vuelven a existir. Me desenredo. Soy menos agua y fuego, soy más aire y tierra. Cansancio y ligereza, casi ser mecido. 

Seguir en la vida.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Los niños alfa

Otras sexualidades posibles.

Cuerpos insumisos