Lo demoniaco.

 


Si lo erótico es el impulso vital que nos invita a salir de nosotros, lo demoniaco es la fuerza perturbadora que nos saca sin contemplaciones. No están separados, sino en estrecha unión. El concepto de lo demoniaco es un aporte de Paul Tillich que vale la pena aclarar: lo demoníaco no es lo satánico; esto último es la existencia de lo absolutamente destructivo, mientras que lo demoníaco es lo ambiguo, lo creativo y lo destructivo mezclados confusamente y que resultan inseparables. 

Lo demoniaco vive en lo humano, está allí a la espera y aparece a veces con una fuerza que nos asombra al mismo tiempo que nos asusta. La experiencia sexual puede llevarnos hacia allá, no siempre, no desde el principio, pero puede. Un beso lleva a otro beso, una caricia convoca a otras, el deseo crece. Elegimos lo que hacemos, paramos y reiniciamos, sabemos, controlamos, matizamos, retrocedemos. La voluntad está presente y es parte del encuentro. Pero a veces la fuerza de lo que experimentamos crece de tal manera que nos arrasa, nos sacude. Pareciera que mi cuerpo y mis sentidos me llevan. Algo poderoso, mucho más poderoso que yo, toma el control. No puedo negarme. No hay palabras. Soy yo pero ya no lo soy. Soy lo Otro, algo que está más allá de la razón y la voluntad, algo caliente que palpita, gruñe, grita. Me fundo en aquello, me pierdo. No soy yo el que hago sino que algo se hace a través de mí. Impulso puro, animalidad, caos, dentellada. Hay creación y destrucción a un tiempo. Creación del encuentro y destrucción de eso que soy yo, mesurado y en control. Luego, aquello que me arrasó se retira y regreso a mí. Palpito, respiro, vuelvo como de otro lugar. ¿Desciendo? Vuelvo a ser el que soy, aunque quizá no del todo; me recupero. No puedo reconocerme en lo que fui hace un momento. Aunque lo fui. ¿Qué sucedió? ¿Qué es aquella fuerza que viene de mí y al mismo tiempo me saca de mí? Es lo demoniaco. 

Tocamos lo demoniaco en algunas experiencias sexuales, pero no solo allí. La creación artística suele ser otro espacio donde lo demoniaco se asoma. El artista pinta o escribe o danza. Hay un control de la técnica que le permite elegir cuidadosamente el siguiente trazo, la siguiente palabra, el siguiente movimiento. Hay tensión en cada una de esas decisiones estéticas, el cuerpo resuena y junto con la razón, guía. Pero a veces pasa que la razón disminuye y el cuerpo crece. Pinto, escribo, danzo solo con el cuerpo. Es el cuerpo el que dice cómo. Y después, pareciera que ya tampoco es el cuerpo sino algo más, misterioso, que guía. El artista se deja ir, se abandona a eso que lo toma. Los trazos parecen venir de otro lugar fuera de sí mismo, las palabras llegan en cascada, casi sin tiempo para ser escritas; el movimiento surge y arrastra. Pareciera que no es el artista el que pinta, escribe o danza, sino que algo se pinta, se escribe o se danza a través del artista. Hay creación de la obra y destrucción de la voluntad, a veces destrucción de la armonía, de la sintaxis, de la lógica, del orden. Se destruye algo para que otra cosa, impredecible hasta entonces, nazca. Lo demoniaco se hace presente y luego el propio artista no sabe explicar del todo el resultado.

En lo sexual, lo demoniaco nos lleva a tocar esa zona oscura que nos invita a ir más allá de lo adecuado, de las buenas formas, de lo habitual, para alcanzar un mayor placer o para asomarnos aspectos de nosotros que desconocemos. Cuando lo sexual nos arrebata, podemos traspasar barreras y alcanzar lugares en donde nos fundimos con el otro o la otra o los otros, y por un instante somos eso poderoso y primitivo que aúlla a la luna y colma de vitalidad y se asoma al misterio. Pero también hace falta la posibilidad de elegir cuándo dejarlo salir, con quiénes y con qué cuidados para evitar lastimar o ser lastimados. Es entonces cuando se convierte en un demonio personal que nos impulsa y nos enseña.

Negarlo no hace que desaparezca, por el contrario, a veces cobra una fuerza que sale de nuestro control o es proyectado en otros. Y cuando logramos reprimirlo y aplastarlo “no podemos evitar pagar el precio de la apatía”, dice Rollo May. Así es: sin nuestra oscuridad nuestra luz palidece, sin lo demoniaco lo erótico se apaga. Lo demoniaco expresa lo que anhelamos en lo más profundo. No se trata entonces de luchar contra ello sin escucharlo antes. Si lo callamos, es posible que también dejemos muda la voz de nuestra pasión más auténtica.



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