El carnaval.


Miro el extraño mundo de los terapeutas en estas épocas aún más extrañas. Lo que hacemos para llamar la atención, para ganar likes, para vendernos. Me asombro, me río, me enojo, todo a la vez. Disfraces, máscaras, antifaces coloridos y no tanto con que salimos a mostrarnos.

Con el tiempo identifico formas, especies, colores típicos: la Soy tan Original y Excéntrica, el Intelectual Yo Puras Cosas Profundas, la Chamana Hija de la Pachamama, el Rebelde a mí las Teorías no me sirven, la Bella y Enigmática, el Tengo Muchos Títulos y soy Especialista en todo, la Siempre Optimista Sonrisa Desplegada, el Hipster Yo te llevo al Éxito, el Galán que peina Canas y guiña a sus admiradoras... tantos y de tantos colores.

Me divierto y hago corajes y me indigno yo solito. Pero luego claro, termino mirándome a mí mismo. ¿Yo de qué me disfrazo? ¿Cuáles son mis máscaras? ¿Qué vendo, discreta o descaradamente?

Me sorprende mi lista: yo soy o invento ser el siempre sereno y en mi centro, el que dice cosas disque profundas, el escritor de pacotilla, el sensible cuando le conviene, el que prefiere lo sencillo y anda en fachas, el amante de la literatura, el varón semi moderno a medio deconstruír, el padre tierno, el...

¿Atrás de esas máscaras quién soy?  ¿Qué decido mostrar? ¿Qué oculto? Y más allá ¿qué queda?

Contemplo el carnaval, el desfile del que formo parte y ya no estoy tan seguro de que me guste mostrar mis pañuelitos con diamantina. 

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