El rey de los plomeros



Se llamaba Fernando Leal y era el rey de los plomeros. Lo que otros hacían en horas y con no sé cuánto equipo él lo hacía en unos minutos y con un pedacito de alambre. Llegaba siempre a las carreras, con su mochila a la espalda, pesadísima. Bajo de estatura pero fuertísimo. Hablaba poco. Lo suyo no era hablar sino resolver. Hacía y deshacía mientras yo, inútil de manos, lo miraba como quien mira el truco de un mago. Cobraba y se iba casi corriendo a salvar a alguien más.

Lo busqué hace poco y supe que había muerto lejos de aquí, en Coahuila, creo. Su hijo, más dicharachero, me contó la historia. Fernando bebía mucho y cuando lo hacía podía desaparecer por meses. Luego iba a la iglesia y juraba y estaba sobrio también por meses. "Quién sabe qué haría en Coahuila mi jefe, pero así era, desaparecía y luego regresaba a jurar de nuevo". Me contó que su padre había sido luchador y que se rifaba en la Arena Naucalpan, una de tradición. "Cuando estaba bien seguía entrenano en un gimnasio de por Iztapalapa".

Fernando, pienso, esa gente que se cruza en nuestra vida por pequeños momentos, de la que no sabemos nada o casi nada, que lucha en su propia arena y enfrenta a sus demonios. A veces gana y a veces pierde. De pronto me doy cuenta que hubiese querido saber más de él, preguntarle de su vida, que me contara cómo es ser luchador. ¿Era rudo o técnico? ¿Contra quiénes luchó? ¿Donde aprendió el oficio? ¿Tenía familia?

¿Quiénes son esos que se cruzan en nuestro camino? ¿De qué tamaño es el hueco que deja su ausencia casi ignorada?

Hoy me puse a pensar en él. Fernando, ex luchador, el mero rey de los plomeros.

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