Dejarse sentir la herida
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Dejarse sentir la herida . No sé cuando leí esa frase por primera vez, pero sé que me dejó una huella. Dejarse sentir la herida. Antes de intentar entenderla me gustó su sonido, su poesía. Y se quedó en mí, esperando su momento. Dejarme sentir la herida. ¿De qué? De tantas cosas, creo. Del dolor de los otros que de algún modo me alcanza, de la lenta agonía de la naturaleza, de mi propia imperfección, de mi incongruencia, de la idea casi insoportable de que un día dejaré de estar yo y dejarán de estar los que amo. La herida de la que soy consciente al darme cuenta de mi fragilidad y de la fragilidad de lo que me rodea. ¿Por qué es tan difícil esa forma de presencia? ¿Por qué la evito tan a menudo? Quizá porque habito una época que rehuye a toda forma de herida, o como dice Byung-Chul Han, una época que rehuye a toda negatividad y que se complace, cada vez más, en una estética de lo liso y lo pulido, de lo fácil, de lo que no tiene ángulos ni resquebrajaduras ni asperezas, de l...